Sobrevivientes
al Diluvio.
El
secreto que los dioses juraron no revelar era una conspiración contra la humanidad,
consistente en reservarse la información que tenían respecto a la próxima avalancha
de agua, de modo que, mientras los Nefilim se salvaban, la Humanidad pereciera.
No
obstante, aunque los seres humanos no podían leer las señales, los Nefilim sí
podían.. Ellos no provocaron el Diluvio; ellos, simplemente, se confabularon
para que los terrestres no se enteraran de su llegada. Sin embargo, conscientes
de la inminente calamidad y de su impacto global, los Nefilim tomaron las
medidas oportunas para poner a salvo sus pellejos. Estando la Tierra a punto de
ser engullida por las aguas, no tenían más que una dirección de salida: hacia
el cielo. Cuando la tormenta que precedió al Diluvio comenzó a rugir, los
Nefilim se subieron a su lanzadera y permanecieron en órbita terrestre hasta
que las aguas comenzaron a descender.
El
día del Diluvio, fue el día en que los dioses gigantes huyeron de la Tierra.
Aunque
los Nefilim estaban preparados para el Diluvio, su llegada fue una experiencia
aterradora. «El ruido del Diluvio... hizo temblar a los dioses».
Pero,
cuando llegó el momento de dejar la Tierra, los dioses (o semi dioses), «dando
la vuelta, ascendieron a los cielos de Anu». La versión asiría de Atra-Hasis dice
que los dioses utilizaron el rukub ilani («carro de los dioses») para escapar
de la Tierra. «Los Anunnaki elevaron» sus naves espaciales, como antorchas,
«iluminando la tierra con su resplandor».
(http://www.bibliotecapleyades.net/sitchin/planeta12/12planet_14.htm)
En
órbita alrededor de la Tierra, los Nefilim vieron una
escena
de la destrucción que les afectó profundamente. Los textos del Gilgamesh nos cuentan
que, cuando la tormenta creció en intensidad, no sólo «uno no podía ver a su
compañero», sino que «tampoco se podía reconocer a la gente desde los cielos».
Apiñados en su nave espacial, los dioses gigantes se, esforzaban por ver lo que
estaba sucediendo en el planeta del cual acababan de despegar.
Los
textos de Atra-Hasis repiten el mismo tema.
Los dioses, mientras huían,
pudieron ver la destrucción también. Pero la situación dentro de sus propias
naves tampoco era muy estimulante. Parece ser que tuvieron que repartirse entre
varias naves espaciales; la Tablilla III de la epopeya de Atra-Hasis describe
las condiciones a bordo de una nave donde los anunnaki compartían alojamiento
con la Diosa Madre.
Las
órdenes de los Nefilim eran claras: abandonad la Tierra, «ascended al Cielo».
Fue la vez en la que el Duodécimo Planeta estuvo más cerca de la Tierra, dentro
del cinturón de asteroides (el «Cielo»).
El
Diluvio no fue un acontecimiento único y repentino, sino la culminación de una
cadena de acontecimientos. Los acontecimientos del Diluvio nos hablan del
último período glacial de la Tierra y de su catastrófico final decretado por el
Dios Supremo. Poniendo en línea la información bíblica y sumeria, nos
encontramos con que los momentos duros, la«maldición de la Tierra», comenzó en
la época del padre de Noé, Lámec. Su esperanza en que el nacimiento de Noé
(«respiro») marcara el fin de las penurias se cumplió de un modo inesperado, a
través del catastrófico Diluvio. Los textos sumerios y acadios no dejan lugar a
dudas de que las gentes del Oriente Próximo de la antigüedad tenían por cierto
que los Dioses del Cielo y de la Tierra eran capaces de elevarse en el aire y
ascender a los cielos, así como de recorrer los cielos de la Tierra a voluntad.
Los antiguos artistas representaban a los dioses -antropomórficos en todos los
demás aspectos, con alas. Las alas, tal como se puede ver en numerosas representaciones,
no formaban parte del cuerpo -no eran alas naturales-, sino, más bien, un añadido
decorativo de la vestimenta del dios. Esto indicaba que por lo menos, los
ángeles materializados podían volar a voluntad, sus hijos Nefilim necesitaban naves o
cohetes para escapar. Al llegar el Diluvio,
los ángeles fueron apresados y no podían volver a materializarse, mientras que algunos
Nefilim lograron escapar a los cielos. Existen innumerables pruebas de que en
la antigüedad se podían transportar por el aire. Por ejemplo Se han encontrado esculturas
en las que se muestra a un dios dentro de una cámara con forma de cohete, donde
la naturaleza celeste de la cámara viene confirmada por los doce globos que la
decoran.
Tal
como decían las listas de reyes sumerios, «el Diluvio había arrasado», y su
esfuerzo había desaparecido de la noche a la mañana. Las minas del sur de
África, las ciudades en Mesopotamia, el centro de control de Nippur, el espacio
puerto de Sippar; todo estaba enterrado bajo el agua y el lodo. Cerniéndose en
sus lanzaderas por encima de la ahora devastada Tierra, los Nefilim esperaban pacientemente
a que las aguas se apaciguaran para poder poner el pie de nuevo en tierra
firme. Después de que las aguas bajaron, ellos tuvieron que forzosamente volver
a aterrizar.
Los
textos sumerios nos dicen que, después del Diluvio, los Nefilim sostuvieron
prolongadas reuniones para sopesar el futuro de los dioses y del Hombre en la
Tierra. Como resultado de estas reuniones, «crearon cuatro regiones». En tres
de ellas -Mesopotamia, el valle del Nilo y el valle del Indo- y se instalaron
en ellas, en la cumbre de las altas montañas, y de ésa forma siguieron
influyendo en los hombres.
Final de la 4ª
parte
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